domingo, 20 de mayo de 2012

Miradas cómplices


.- $2,55 por favor. -
Chofer.- ¿monedas o sube?
.-Sube.

Me senté en el asiento que daba a la puerta del medio. Abrí el bolsillo de la mochila y me dispuse a leer. Al cabo de varios minutos levanté la mirada, el bondi estaba cruzando puente la noria cuando me di cuenta que había un grupo de pibes con aspecto de dejadez. Esto es frecuente, entrar en el código de aceptación de que muchos pibes se pasan el día tomando falopa me aterra. Entre la variedad de sonidos pude escuchar de fondo una conversación, estaban debatiendo quien compraba a el transa más copado, cual daba las mejores bolsas, con que pipa pegaba mejor, etc. El movimiento del bondi corrió mis ojos del libro. Dando vuelta mi cabeza pude observar a otro grupo de pibes con las mismas características, estaban sentados detrás de mí, tenían menos euforia que el primer grupo y también muchos más años. Es extraño pero note que a diferencia de los jóvenes, este grupo estaba tranquilo, no tenia esa exaltación por lo que estaban haciendo, incluso se podía ver en su comportamiento una gran diferencia, no estar orgullosos de esa vida. Traté de volver a poner mi concentración en el libro que dice: ¨Vivimos, entonces en una sociedad que ha ahogado la posibilidad de la crítica. Y que la ha ahogado para establecer un orden de desmesurada exclusión. Un orden de desmesurada injusticia. La injusticia es violencia. Un orden que condena a los hombres a la marginación, el hambre y la muerte social es un orden violento¨ (J.P Feinmann). Me cuesta entrar en la lectura. La pesadez del aire, el olor de los cuerpos que abandonan la limpieza, pibes de mi edad que parecen una generación mayor, miradas que se pierden en el suelo y esa sensación de complicidad acariciándome. Cuando estabamos llegando al barrio de Pompeya,  la mayoría se comienza a excitar por la llegada a Zabaleta. Algunos se acomodan la plata como un bollo en las medias o en las zapatillas. Se amontonan en la puerta, suena el timbre, el colectivo para y comienzan a bajar. No los había contado hasta ese momento, en el que el colectivo quedo casi vacío. Eran más de diez personas caminando como en una procesión a comprar paco, merca o la mierda que sea. A mi lado estaba una chica con la cual cruzamos miradas, del otro lado del bondi hay otro pibe que me mira y mueve la cabeza para ambos lados, como descreyendo la situación. Hace un tiempo que vengo pensando en la sensación extraña que me genera este bondi, esa angustia que reaparece en cada ocasión. Complicidad, marginación y naturalización de los sistemas de exclusión no deberían ser aceptados tan fácilmente.

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