domingo, 15 de marzo de 2015

Domingo.

Le abro la puerta a todos los fantasmas para que acomoden sus figuras en cada lugar. Una vez más aparece el sensacionalismo de las noticias que avecinan “El fin del sida”, pero esta vez el interesado en esa lectura es mi compañero.


El final comienza conmigo. El final transita dentro de mi cuerpo. Intento convertirme en piedra para dejar de calcular la cantidad de horas que invirtió  pensando en ese final. Pensó tal vez en que el virus forma parte de mí y que es un ejercicio quererme así. 



Me pierdo entre el río y su paz me distrae bebiendo sorbos de aire fresco para hacer pie entre tanta agua que pide llevarme a  un nuevo destino. Levanto  los brazos frente a un cielo marcado de nubes grises. No es tan fácil encontrar paciencia. No soy yo. Es el virus. Me repito.


Despierto cubierto de inseguridades aflorando la lista de juegos sexuales que deja de hacer por estar conmigo. Intento romper las cuerdas del miedo que me atrapan en la información de lo que se puede y lo que no se puede. En  la cantidad de kilómetros que nos separan. En que a veces me pongo triste y eso no es sinónimo de fortaleza. Quiero dejar de sentir el olor del miedo que produce tu cuerpo cuando se acerca a mi intimidad. Voy a revolver la herida, sacar la cascara, dejarla a flor de piel para que expuesta sea la brújula que guíe este barco.

Le ofrezco mi desnudez invitándolo a un jadeo de sombras. Busco olvidarme del pasado pero el sol aparece trayendo recuerdos viejos. Hoy apenas puedo ser silencio en compañía.

martes, 10 de marzo de 2015

Un año.

Hace un año te fuiste y con sabor a poco el infinito dividió la distancia.
Tú recuerdo  único y último recurso para invocarte y traerte hasta acá.
Puedo sentirte en el patio de la casa donde íbamos a comer los domingos,
abajo del sauce llorón donde te gustaba recibir a la familia.

Puedo superponer infinitas imágenes de almuerzos, pelopincho y sandías.
De corridas en el patio, de tardes, charlas, de siestas y aventuras.
Puedo reconstruirme en ese momento de
reflexión.

En las ganas de sentirte en el aire en el momento en el que mi corazón te saluda tratando de enviar imágenes. El calor de mi cuerpo, mi energía, las lágrimas de los ojos, el brillo del sol cargado de melancolía me recuerdan que ya no estás. 


Preciso dejar que salga el adiós que no fue.

Que caiga lo no dicho  y se derrumbe sobre mi escritorio.
Inundado de necesidad de juntar los pedazos y volver a pegarlos sobre la piel
para así tal vez lograr transitar la ansiedad de una forma saludable,
de juntar el suficiente amor entre tus recuerdos  y abrir un nuevo capítulo.