Le abro la puerta
a todos los fantasmas para que acomoden sus figuras en cada lugar. Una vez más
aparece el sensacionalismo de las noticias que avecinan “El fin del sida”, pero
esta vez el interesado en esa lectura es mi compañero.
El final comienza conmigo. El final transita dentro de mi cuerpo. Intento
convertirme en piedra para dejar de calcular la cantidad de horas que invirtió pensando en ese final. Pensó tal vez en que el
virus forma parte de mí y que es un ejercicio quererme así.
Me pierdo entre el río y su paz me distrae bebiendo sorbos de aire fresco para hacer
pie entre tanta agua que pide llevarme a
un nuevo destino. Levanto los
brazos frente a un cielo marcado de nubes grises. No es tan fácil encontrar
paciencia. No soy yo. Es el virus. Me repito.
Despierto cubierto de inseguridades aflorando la lista
de juegos sexuales que deja de hacer por estar conmigo. Intento romper las
cuerdas del miedo que me atrapan en la información de lo que se puede y lo que
no se puede. En la cantidad de kilómetros
que nos separan. En que a veces me pongo triste y eso no es sinónimo de
fortaleza. Quiero dejar de sentir el olor del miedo que produce tu cuerpo
cuando se acerca a mi intimidad. Voy a revolver la herida, sacar la cascara,
dejarla a flor de piel para que expuesta sea la brújula que guíe este barco.
Le ofrezco mi desnudez invitándolo a un jadeo de sombras. Busco olvidarme del pasado pero el sol aparece trayendo recuerdos viejos. Hoy apenas puedo ser silencio en compañía.
Le ofrezco mi desnudez invitándolo a un jadeo de sombras. Busco olvidarme del pasado pero el sol aparece trayendo recuerdos viejos. Hoy apenas puedo ser silencio en compañía.