Hace un año te fuiste y con sabor a poco el infinito dividió la distancia.
Tú recuerdo único y último recurso para
invocarte y traerte hasta acá.
Puedo sentirte en el patio de la casa donde íbamos a comer los domingos,
abajo del sauce llorón donde te gustaba recibir a la familia.
Puedo superponer infinitas imágenes de almuerzos, pelopincho y sandías.
De
corridas en el patio, de tardes, charlas, de siestas y aventuras.
Puedo
reconstruirme en ese momento de reflexión.
En las ganas de sentirte en el aire
en el momento en el que mi corazón te saluda tratando de enviar imágenes. El
calor de mi cuerpo, mi energía, las lágrimas de los ojos, el brillo del sol
cargado de melancolía me recuerdan que ya no estás.
Preciso dejar que salga el adiós que no fue.
Que caiga lo no dicho y se derrumbe sobre mi escritorio.
Inundado de
necesidad de juntar los pedazos y volver a pegarlos sobre la piel
para así tal
vez lograr transitar la ansiedad de una forma saludable,
de juntar el suficiente
amor entre tus recuerdos y abrir un
nuevo capítulo.
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