martes, 10 de marzo de 2015

Un año.

Hace un año te fuiste y con sabor a poco el infinito dividió la distancia.
Tú recuerdo  único y último recurso para invocarte y traerte hasta acá.
Puedo sentirte en el patio de la casa donde íbamos a comer los domingos,
abajo del sauce llorón donde te gustaba recibir a la familia.

Puedo superponer infinitas imágenes de almuerzos, pelopincho y sandías.
De corridas en el patio, de tardes, charlas, de siestas y aventuras.
Puedo reconstruirme en ese momento de
reflexión.

En las ganas de sentirte en el aire en el momento en el que mi corazón te saluda tratando de enviar imágenes. El calor de mi cuerpo, mi energía, las lágrimas de los ojos, el brillo del sol cargado de melancolía me recuerdan que ya no estás. 


Preciso dejar que salga el adiós que no fue.

Que caiga lo no dicho  y se derrumbe sobre mi escritorio.
Inundado de necesidad de juntar los pedazos y volver a pegarlos sobre la piel
para así tal vez lograr transitar la ansiedad de una forma saludable,
de juntar el suficiente amor entre tus recuerdos  y abrir un nuevo capítulo.

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